Hace pocos días se cumplieron diez años de una corona segura que nunca llegó a su dueña. Por eso, y a propósito de la polémica reciente del Miss Venezuela, el desempeño de la noche final sí es fundamental para la coronación o no de una candidata.
Y de eso, Irene Esser sabe de sobra. En 2012 fue el primer Miss Universo que se realizó en diciembre después de varias décadas. Normalmente, la competencia se hacía en mayo o junio, aprovechando el verano para mostrar a las candidatas en escenarios naturales.
Pero ese año, en medio de rumores de crisis y venta del concurso (la cual se concretaría poco después), un ambiente navideño recibió a las candidatas en Las Vegas. Y hasta allá se fue con su gran lazo de bombón en la cabeza y el traje de chocolate que prendía y apagaba, Irene.
Desde que llegó su personalidad espontánea y avasallante la ubicaron como la gran favorita para ganar la corona. Y no era para menos. En la preliminar, tan solo dos días antes de la elección, literalmente arrolló a sus compañeras en la pasarela. Parecía un huracán apenas aparecía.
Y el día de la elección no fue distinto. Apenas salió con su traje típico de chocolate alumbrado la ovación para ella era la más fuerte. Incluso, por encima de su predecesora, Miss Estados Unidos, Olivia Culpo.
Y así fue en los tres desfiles. Hasta en el de gala, cuando apareció con un traje verde que nadie vio venir. Un color poco usado en este tipo de competencias. Pero ella no solo lo desfiló con el tumbao venezolano que marcó a las reinas durante una era; sino que su torbellino terminó por convertirla en una de las cinco finalistas. Hasta los comentaristas le veían la tiara en su testa.
Pero no. En la hora de la chiquita, todo cambió. Irene llevada por la emoción del momento, quiso responder en inglés la pregunta final. Y lo hizo, pero mal. Tanto que no solo perdió la corona, sino que hizo que su entonces profesor de oratoria confesa en Twitter: “Definitivamente no es mi mejor trabajo”.