Si había algún resquicio de duda en cuanto a que Julia Morley no quiere nada con Venezuela, debió quedar taponado el pasado miércoles, cuando, en contra de todos los pronósticos, ninguneó a Alejandra Conde, en la elección de Miss Mundo 2021.
La criolla encabezaba el favoritismo de la mayoría de espacios dedicados a la missología que le pusieron el ojo desde su coronación como Miss Venezuela World. Más tarde, en noviembre pasado, cuando la joven aragüeña llegó a Puerto Rico, continuó sumando argumentos para retener las preferencias y aumentar las apuestas a su favor.
Con sobrados méritos, accedió al grupo de 40 semifinalistas que se volvió a reunir en la isla, luego de que el concurso fue pospuesto tres meses, por brote de coronavirus entre las candidatas. El receso no mermó el interés por ella y se daba por descontado que superaría la criba para avanzar en la competencia. Pero no fue así.
La doña mantuvo su línea de ignorar a la venezolana, a pesar de ser una chica súper completa, para preservar sus intereses económicos y políticos. ¿O es que Estados Unidos merecía ser primera finalista, cuando los close up la mataban? Menos mal que, al final, optó por coronar a la más hermosa del cuadro: la polaca Karolina Bielawska.
La mediocre gestión de la Morley frente al Miss Mundo queda reflejada, además, en el show. Si bien el comienzo fue un acertado tributo al sabor boricua en las voces de Marc Anthony, Ricky Martin y Olga Tañón, a lo largo de la transmisión quedó evidenciado su visión vetusta: Orquesta Filarmónica de Puerto Rico en el escenario, performance de la abanderada de Mongolia, guiño de Fernando Allende con par de canciones locales y dos, léase dos, temas melosos interpretados, también en vivo, por la reina saliente, Toni-Ann Singh. Estando en la cuna del reguetón, no hubiera quedado mal un toquecito de modernidad.
Pero la palabra que mejor define la elección de Miss Mundo 2021 es: improvisación. La dirección falló en el trato equitativo de las candidatas. Las cámaras fueron ponchadas antes o después de lo adecuado, aumentando el respeto por la labor de “El Pollo” Simonato. Los invitados no sabían dónde pararse en el escenario y uno de los animadores se atravesó en la toma de las finalistas. A la hora de formular las últimas preguntas, tampoco estaba claro quién debía responder.
En fin, una edición para el olvido y una lección definitiva: la Organización Miss Venezuela debe enfocar sus esfuerzos hacia concursos sin prejuicios. Tal vez en el futuro, con una nueva dirección, valga la pena buscar la séptima corona del certamen londinense.