La depresión, la soledad, la pérdida, la ansiedad, la incertidumbre, la tristeza. Una mujer y su proceso. Un viaje y una búsqueda. Un recorrido hacia la luz desde la oscuridad. Una carrera a la supervivencia. «Nomadland» es todo esto y más.
Es una película que sacude las ideas, las prioridades, las cosas que valen y las que no para vivir. Es un abrazo y cachetada al mismo tiempo. Contada desde un único personaje, que puede ser cualquiera, y que se enfrenta a un quiebre en su vida que la dejó suspendida en el aire. Pero, además, es una realidad y eso la hace absolutamente cercana.
Desarrollada a partir del ensayo que realizara la periodista norteamericana Jessica Truder, sobre jubilados nómadas que buscan trabajos itinerantes de baja remuneración, seguimos esta idea como base pero no como todo.
La actriz Frances McDormand interpreta a Fern, una viuda que queda literalmente sin nada. Ocurre luego de que la empresa para la que labora quiebre en 2008, tras la crisis económica de Estados Unidos. No solo pierde su trabajo, también su marido -que fallece producto de un cáncer- y su hogar, pues la urbanización donde habitaba ha quedado desolada. Todos han huido de aquel paraje perdido en la nada en busca de una nueva oportunidad laboral que les permita seguir viviendo. A ella le toca pero ¿está preparada?
Un viaje interior
Tras unos primeros datos escritos en pantalla -que nos ubican en el año y lo que acaba de pasar-, vemos a una mujer que escarba entre cosas apiladas en un almacén. Está por emprender un viaje y debe elegir lo que necesita para sobrevivir, cosas materiales muy puntuales, algunas de ellas ancladas a recuerdos y emociones que más adelante descubrirá, le sobran para sanar.
Un ambiente desolado y frío nos recibe de golpe y porrazo. Enmarcado en su cara, que habla por sí sola, y que expone la incertidumbre, el temor, la tristeza y el desánimo que hay por delante en el incierto camino. Pero en esta road movie habrá mucho más que eso. Vemos cómo las oportunidades cuestan a partir de cierta edad, aunque la edad no sea impedimento para nada, porque al final siempre que se quiera y crea se podrá rehacer la vida. Y, sí, será una vida nueva, distinta, pero posible.
De nuevo la directora Chloé Zhao (que ya ganó el Globo de Oro a la Mejor película, entre otros importantes premios) es fiel al recurso expuesto en sus otras historias narradas («Songs My Brothers Taught Me» de 2015 y «The Rider» de 2017): personajes marcados por una herida traumática descubren su proceso de sanación, abrazados y observados por la naturaleza. En el clímax de la historia vemos incluso cómo la mujer se queda sin lo único que tiene (su camioneta, casa, hogar, burbuja) mientras tratamos de entender por qué actúa como lo hace.
Actores no profesionales que dan veracidad a la historia, y algunas subtramas interesantes que exploran otras aristas del problema de salir de un estado emocional y entrar en otro, mantienen al espectador cautivo. Atado al asiento, este armará las piezas de su propio rompecabezas emocional de la mano de esta mujer sumida en una gran depresión.
Es una película que habla de madurez desde diversas aristas. Y mucho más. Dejemos que cada quien emprenda el viaje.