De la rica y variada sonoridad musical que tenemos los venezolanos, destaca el merengue por su alegría contagiosa que invita al baile, al disfrute. El merengue tiene su cuna en los campos negroides de República Dominicana y se extendió al resto del Caribe y países foráneos a partir de la segunda mitad del siglo XIX.
En Venezuela, el merengue hizo su entrada en la ciudad de Caracas, y tuvo su epicentro festivo en los carnavales de la capital de antaño, aquella de 1920, la de los techos rojos. Era conocido como merengue rucaneao y surge de la combinación de varios ritmos populares para la época como la polka, la danza y el tango español.
Ese merengue rucaneao nos recuerda una interesante historia en la evolución sonora del merengue dominicano: Era el año 1916, cuando los Marines norteamericanos invadieron República Dominicana, permaneciendo largo tiempo en esa isla, donde fueron bautizados como “pambiches”, (en un acomodo del inglés Palm Beach al español caribeño); porque los uniformes de los Marines eran confeccionados con tela fabricada en West Palm Beach.
Entonces, el habla popular llamó “pambiches” a estos Marines que solían visitar los centros nocturnos en busca de diversión, pero tenían dificultad para bailar el merengue; lo que obligó a los músicos dominicanos a “suavizar” este ritmo para ajustarlo al oído de los gringos, dando origen al merengue apambichao, el que recorrió todo el continente en la voz de Alberto Beltrán.
“A mí me llaman el “Negrito del Batey”/ porque el trabajo para mí es un enemigo/ el trabajar yo se lo dejo todo al buey/ porque el trabajo lo hizo Dios como castigo… A mí me gusta el merengue apambichao, con una negra retrechera y buenamoza/ a mí me gusta bailar de medio lao/ bailar medio apretao con una negra bien sabrosa”.