Los domingos, a través de su señal internacional, Televisión Española coloca en pantalla la serie de suspenso Néboa, protagonizada por la galardonada actriz Emma Suárez. En Venezuela puede ser sintonizada a las 10 pm.
El título identifica a una isla gallega ficticia, donde, en plena celebración de Carnaval, se desata una serie de asesinatos que repite el patrón de hechos similares registrados en 1919 y 1989 sin que se diera captura al homicida: cinco cadáveres por período, cubiertos con una máscara artesanal de madera, característica de la festividad local, que luce el número de la víctima escrito con sangre.
Guionistas y productores decidieron que el jolgorio dedicado al rey Momo fuera el punto de partida de la trama, contextualizando la acción que guiará una teniente de la Guardia Civil enviada desde la capital española, para que se encargue de las investigaciones.

La idea de estas líneas no es hacer spoiler ni analizar la calidad del producto, sino utilizarla como ejemplo de lo que se puede ofrecer al público, aprovechando la riqueza cultural de cada país. Porque tal vez el entorno de Néboa resulte muy localista, pero, sin duda, es un recurso que solo tiene el propósito de arropar una trama que es universal en el tratamiento de las emociones y de las relaciones interpersonales.
Y es en ese detalle donde puede hallarse inspiración. Por ejemplo: los Diablos Danzantes de Corpus Christi y la Parranda de San Pedro de Guarenas y Guatire, declarados Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en 2012 y 2013, respectivamente, podrían perfectamente servir de excusa para contar historias.
Ambas expresiones culturales tienen las suficientes dosis de identidad, color y alegría como para ser retratadas en una realización audiovisual que se aleje del documental (género preferido de exposición de tales manifestaciones) e incursione en la ficción. Como ellas, hay muchas otras esparcidas por todo el territorio nacional.

Antiguamente, los productores venezolanos tenían que viajar al exterior para saber lo que se estaba haciendo en otros países, para nutrirse de ideas y para dar forma a nuevos proyectos. Hoy, esa tarea resulta más sencilla, gracias a la globalización y al acceso a contenidos extranjeros desde el sofá, previo pago de algún importe. Por eso extraña, duele y hasta produce cierta envidia que las televisoras criollas hayan abandonado las producciones de ficción para ofrecer espacios con formatos repetidos y mínimos presupuestos, imposibles de comercializar en el exterior. Esa estrategia permite sobrevivir, pero no competir en un mercado que hoy abarca todo el globo terráqueo.