Guillermo del Toro está de vuelta en los cines con «El callejón de las almas perdidas». El relato se centra esta vez en la ambición ciega de un hombre enfermo por lograr fortuna, divorciado de la ética y empujado por oscuros sentimientos. Saturada de esos monstruos que caracterizan la filmografía del realizador mexicano, pero lejos de los elementos fantásticos, la cinta sacude a partir de la falta de moral, fe, bondad y buena voluntad de su protagonista.
Despiadado y arrogante, acostumbrado a salirse con la suya, Bradley Cooper se luce como este ser despreciable de ojos bonitos.

Bruto, manipulador e interesado, será capaz de hacer lo que sea para conseguir el estatus económico y social al que aspira. Aunque su ambición se le escape de las manos. Destino que se volverá cuesta arriba a partir de su falta de sentido común, respeto por la vida y amor al prójimo.
Del Toro expone así a un ser que a pesar de haber tenido la oportunidad de cambiar está signado por el fatalismo. De hecho, ya en el desarrollo de la trama, una carta del Tarot le descubre ahorcado de cabeza presagiando el futuro por venir.
El director hecha mano a la dualidad detrás del tipo guapo y carismático, con algunos talentos artísticos, que está podrido internamente.

Actuaciones de lujo
Ambientada en un circo de los años 40, el espectador sigue el viaje de Stanton Carlisle (Cooper). Tras sumarse a las filas de un circo, sabrá cómo ganarse el cariño de aquellos a quienes se cruza con algo de inteligencia y premeditación. Pero, en un tris, acabará llevándose todo a su paso.
Tan guapo como torpe, no solo perderá la confianza y el respeto de sus pares sino también se quedará solo, dejando salir al monstruo al que más temía pero que siempre fue.
Actores como Toni Collette (en la piel de una vidente), David Strathairn (como un exmentalista), Rooney Mara (artista de feria) y Cate Blanchett (dando vida a una psiquiatra) enriquecen el relato con excepcionales actuaciones. Unos llenos de carisma, otros de maldad, pero todos creíbles.
Vestuario, banda sonora, dirección artística e iluminación, esta última bastante lúgubre y enigmática, acercan al espectador a la más pura esencia de un realizador que sabe desarrollar el suspenso y llevar el asombro a los niveles más elevados. Siempre con sus monstruos a cuestas, así ya no luzcan como tales.